Me explicaba esta semana mi hija de 8 años lo que es la asertividad. Que les han dicho en el cole que es «decir lo que piensas sin atacar a los demás«. Le maticé que eso incluye que tampoco es necesario ir dando tu opinión urbi et orbi si no te la piden (sincericidio, creo que lo denominan), porque no comulgo con eso de «como soy sincera, tengo barra libre para decir lo que me sale del alma cuando lo considero». Pero eso ya es mi forma de ver el mundo.
Y me recordó que a mi de pequeña, cuando no manejábamos estos términos tan en boga ahora, como empatía o la propia asertividad, me enseñaron que la libertad de una persona termina donde empieza la de otra.
Que viene a ser un poco lo mismo. Y que yo me lo creí.
Por eso, cuando he leído según que cosas por las redes estos días, me he tenido que preguntar: ¿en qué momento perdemos la clarividencia que tenemos de niños y nos volvemos tan obtusos?
¿Por qué alguien no puede escribir sobre un hombre bello sin sentirse en la obligación de disculparse por hablar del físico de las personas?
¿Por qué se tiene que hablar más de la talla del vestido de una actriz que de su talento ?
Y la verdadera madre del cordero que me trajo hasta aquí hoy: ¿por qué alguien decide (y encima le permiten hacerlo) reescribir la obra de un familiar (que evidentemente le llevaba mucha ventaja genética), para eliminar adjetivos o modificar la condición de los personajes?
Decir que vas a adaptar un libro a las «sensibilidades actuales», a base de quitar las referencias a ciertas cualidades o profesiones, no hace más que señalarlas y asociarlas de inmediato con algo negativo que mejor esconder.
Si bien no se debe ofender a nadie, tampoco puede ser que no se pueda decir nada. Porque se puede ser feo, como se puede (que no debe) ser guapo. Y se puede estar gordo. E incluso se puede no ser muy listo. Y también se puede ser bello. E inteligente. Incluso ambas cosas a la vez.
Y no debería pasar nada si alguien escribe, y describe a otra persona con cualquiera de esas características. Pero sin querer ofender, si sentirse ofendido, sin tenerse que disculpar.
Sigo escribiendo, con permiso. Y gracias.
¡sígueme y no te pierdas nada!
Yo lo veo de un modo un tanto complicado. Veamos, el ser humano es un ser defectuoso por naturaleza. Sí, capaz de bondad y maldad, pero defectuoso a todas luces; siglos de Historia lo demuestran. Bajo esa premisa innegable partimos de una derrota anticipada en todos los ámbitos. Todo ha fracaso: el mal llamado estado del bienestar, las sociedades, la enseñanza, la educación, etc, (que no te quiero deprimir). No es que ahora seamos más hijoputas y gilipollas que cien años atrás, pero desde la aparición de las redes sociales que podemos demostrarlo y dejar muestra innegable de ello. Lo peor es que no nos importa, o a muy pocos. Todavía no estamos preparados para abrir según que puertas, y quizá nunca lo estemos. Para ello habría que hacer un profundo cambio interior y desprendernos del ego. Y creo que, no es que estemos lejos de conseguirlo, es que nunca lo conseguiremos: somos demasiado defectuosos. Solo nos queda construir a partir de ahí.
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